Era sin duda la crónica de un fracaso anunciado, el resultado previsible de una operación que desde el primer momento muchos consideraron un disparate. Bastaba darse una vuelta por sus instalaciones para percatarse de que el futuro del aeropuerto de Ciudad Real estaba sentenciado. La soledad, el silencio y la quietud impregnaban el ambiente cuando se contemplaba el asombroso vacío de las salas de espera, la inactividad de los 23 mostradores de facturación, las pantallas informativas sin información y la ausencia de clientes en los establecimientos de atención al viajero. Todo ello envuelto, sin embargo, en un entorno de ostentación propio de esas grandes y pretenciosas instalaciones aeroportuarias que en el mundo se conciben para hacer de los espacios de la navegación aérea elementos simbólicos de los lugares a los que tratan de servir.
Mas en este caso se trataba de una puerta de entrada que no entraba a ninguna parte. Una incómoda sensación de soledad ha dominado durante años en el aeropuerto de Ciudad Real, que visité el 28 de octubre de 2009, miércoles para más señas. No habia que hacer grandes esfuerzos para observar que aquello habia sido un dislate, una infraestructura producto de la osadía y la ambición de sus promotores, convencidos de que iba a dotar a la capital castellano-manchega de un valor añadido capaz de situarla en la vanguardia de los lugares estratégicos españoles, favorecidos por su proximidad a Madrid, por la instalación ya existente de la alta velocidad ferroviaria y por las enormes perspectivas que se presagiaban para todas las ciudades próximas a la capital de España cuando el pais nadaba en la abundancia y se creia instalado para siempre en la punta de lanza de la modernidad para la que todo, incluso lo más extravagante e ilusorio, estaba justificado.
En este proyecto no hubo, empero, cautelas ni prevenciones. La petulancia del nuevo rico primaba sobre lo racional de quien es consciente de sus posibilidades. Fue una apuesta privada, que desde el primer momentó contó con el respaldo del gobierno autónomo, y en la que se implicó, más allá incluso de lo que podía permitirse, la entidad financiera Caja de Castilla-La Mancha. Bien es sabido cómo ha acabado esta entidad, convertida en el paradigma de la mala gestión.
Al parecer, la rapidez con que se han presentado los acontecimientos y la intervención judicial ha impedido tamaño desvarío. Pues, en tiempos de austeridad y de recorte del gasto público a costa de apretar el cinturón de los más indefensos... ¿alguien podría justificar el amparo financiero a un grupo privado que ha dado origen a una de las operaciones de infraestructura más aberrantes de cuantas se han llevado a cabo en España en los tiempos en los que se pensaba que todo el monte, aparte de orégano, encerraba un yacimiento de oro, incluyendo "pólvora del rey", de posibilidades incalculables?
Más claro, agua, Fernando. No conocía el tema, y esto me recuerda un poco lo de la comunidad castellanoleonesa, con sus no sé si tres o cuatro aeropuertos. Jugar a ser ricos sin serlo es necedad. ¿Se impondrá alguna vez el realismo y la cordura en materia de inversiones? Me temo que el capitalismo es demasiado salvaje. No por capitalismo sólamente, sino porque trata de no ser obstaculizado ni fiscalizado por los poderes públicos. El estado de subsidiariedad de estos respecto a las poderosas fuerzas económicas en juego hace que la barbarie de la ganancia a costa de los erarios públicos esté a la orden del día. A pesar de la crisis- Ojalá ésta sirva para poner las cosas en su sitio. Aunque soy escépitoc.
ResponderEliminarUn abrazo.