Ocurra lo que ocurra, la preservación del paisaje de calidad siempre se ha visto amenazada en nuestro país. La tendencia se agrava más aún cuando los responsables públicos consideran el tema ambiental como una incomodidad con la que no quieren convivir. Tal vez por ignorancia, pero sobre todo porque los intereses en juego apuntan en otro sentido, lo cierto es que la indiferencia prima sobre el interés, el abandono sobre la preocupación, la incuria sobre la sensibilidad. No sorprende, por tanto, que, tras intentar vetar la directiva de Eficiencia Energética de la UE, España haya abandonado el consejo de la Agencia Internacional de Energías Renovables.
Oportuna ocasión ésta para reflexionar sobre las repercusiones que la crisis está provocando en el territorio, máxime cuando todo apunta al final de una era y al rápido afianzamiento de otra en la que los mecanismos favorables a la equidad y a las solidaridades interterritoriales tienden a quedar arrumbados. Es una vertiente que no debe quedar desatendida en el contexto de los debates que profundizan en el conocimiento de una etapa de cambio integral, de la que ningún aspecto de la vida económica, social y cultural permanece ajeno. Y, por supuesto, no cabe duda de su trascendencia espacial, bien percibida a través de numerosas manifestaciones, detectadas a todas las escalas y con experiencias muy significativas. Baste de momento con llamar la atención, y en sintonía con el motivo que justifica esta entrada, sobre sus efectos sobre los diferentes aspectos que configuran y estructuran la realidad ambiental, y que bien se recoge en el texto incluido en el portal Ecoticias.