
Los movimientos sociales proyectados en la calle provocan una impronta espacial de primera magnitud. La Historia ofrece ejemplos significativos que evidencian la diversidad de modalidades e impactos ofrecida en la ciudad por la rebeldía popular frente a las situaciones que la inducen o justifican. En torno a esta cuestión, de gran interés histórico y de indudable actualidad, han girado las reflexiones efectuadas por Leopoldo Uría, catedrático de la ETS de Arquitectura de la Universidad de Valladolid, en su conferencia sobre “Los espacios de la indignación” impartida dentro de las actividades llevadas a cabo por la Asociación Cultural Ciudad Sostenible, a la que pertenezco.
Su intervención estuvo sustentada en un concepto que empleó como argumento y soporte esenciales de las ideas expuestas. Se trata de la noción de Proxémica, acuñada en los años sesenta del siglo XX por Edward T. Hall para definir las distancias y vínculos establecidos por las personas entre las que se establecen formas de relación y de comportamiento plasmadas en un espacio determinado. Presentada, pues, como “una charla proxémica”, el objetivo de la reflexión no era otro que el de analizar, desde la perspectiva del arquitecto, de qué manera se preparan y organizan los escenarios para la acción humana tanto en las relaciones de convivencia como en las situaciones críticas. La proxemia se identifica ante todo con la ciudad, hasta el punto de que cuando la ciudad entra en crisis, o se difumina en formas de crecimiento que no fraguan sociedades cohesionadas, la proxemia desaparece o, más propiamente aún, se convierte en la “ciudad antiproxémica”.
La profusión de ejemplos que acreditan el valor de lo proxémico es extraordinaria. La alusión a Roma como punto de partida – con su referencia explícita a la dimensión desempeñada por el Foro como ágora primigenia de encuentro y condensador social – permite un recorrido a través del tiempo, en el que destacan hitos principales, asociados a la configuración de grandes espacios proxémicos – “el Vaticano es el espacio proxémico más importante de la historia”, señaló – que, omnipresentes en el tiempo, no han cesado de diversificarse y de abrirse a nuevas facetas de expresión, en las que lo lúdico y lo reivindicativo cobran una notable relevancia al tiempo que se entreveran en un muestrario de experiencias muy significativas y en muchos casos históricamente emblemáticas.
Centrando, sin embargo, la atención en el alcance espacial ofrecido por las manifestaciones de la indignación todo cuanto se relaciona con ella constituye una perspectiva primordial, tanto por el hecho de ser una forma de expresión y manifestación inherente a las sociedades como por su relevancia histórica. Su expresión más paradigmática remite necesariamente al concepto de “Revolución”, al que cabe asignar connotaciones polisémicas, ya que en torno a él gravitan objetivos y estrategias muy variables, por más que se muestren coincidentes con la motivación que los integra, es decir, el rechazo al poder o la contestación a una práctica que vulnera los objetivos que defienden y persiguen los “revolucionarios”. El repaso a la historia de las revoluciones nos ofrece un panorama tan rico de experiencias como complejo en cuanto a sus manifestaciones y resultados. Desde la rebelión de los esclavos bajo el liderazgo de Espartaco hasta las revoluciones que conmocionan en nuestros días el mundo árabe, el abanico es extraordinariamente amplio y los fenómenos y tensiones que lo acompañan se convierten en los símbolos representativos de cada una de las épocas en las que tuvieron lugar. En todo momento, implicaron cambios decisivos en la evolución histórica y su impronta en el espacio público ha marcado el fundamento en el que se basa su percepción temporal.

Llegados al momento actual, las reflexiones efectuadas por Uría sobre la protesta social surgida en España nos introducen en la valoración de unos hechos que no han cesado de cobrar trascendencia y visibilidad desde que hicieron su aparición a mediados de mayo de 2011, como expresión de "la voluntad de reivindicar la política desde los espacios públicos", en acertada expresión de López de Lucio. Su análisis revela aspectos importantes, que no pueden entenderse al margen del impacto que en los procesos de movilización han tenido las nuevas tecnologías de la información y de la implicación que en ellos han tenido aquellos sectores de la sociedad en los que, entre otros, se ha cebado la crisis y que remiten a dos categorías bien identificadas: los “sin futuro” y los “pre-parados”. En cualquier caso, prima en ellos la condición de “sin”: sin trabajo, sin futuro....

En cierto modo pudiera considerarse como un movimiento de nuevo cuño, que nos acerca a una “nueva proxémica”, en la que destacan una serie de rasgos no carentes de interés. Según Uría, el espacio del 15 M es: neutral (el espacio como valor en sí mismo), va asociado a las posibilidades que ofrece la centralidad de los ámbitos seleccionados y se distingue por el hecho de favorecer una gran proyección mediática. A estos caracteres habría que sumar otros que igualmente lo definen: son espacios permanentemente abiertos al debate entre quienes en ellos confluyen, se dotan de una simbología propia en la que el gesto y el mensaje - con textos variados y con frecuencia de pronta y contundente asimilación, que hacen suyas las inmensas posibilidades abiertas por las redes sociales a través de Internet - adquiere gran importancia en su proceso de difusión y presenta además una tendencia a la recomposición, en la medida en que, aun desapareciendo temporalmente, sus convocados regresan a la plaza donde recuperan sus hábitos, mensajes y posturas anteriores como si no hubiera existido solución de continuidad. Y, lo que no es menos importante, en estos espacios prevalece el anonimato, la ausencia de liderazgos reconocidos y permanentes, de nombres representativos de la colectividad, capaces de asumir responsabilidades individualizadas respecto al grupo. En otras palabras, son espacios en las que “están todos juntos, pero de manera indiferenciada”.
De ahí precisamente sus incertidumbres. ¿Será esta sensación la que ha llevado a Zygmunt Bauman a suscitar la preocupación sobre su viabilidad futura? Con todo, es evidente que su huella espacial no puede ser minusvalorada.